lunes, 10 de noviembre de 2014

El Club del 600 (2) - La Butifarrada

Hacía ya muchos años que se había creado el “Club del 600”. En general, los miembros del club poseían uno o más vehículos de este modelo. Había cierta heterogeneidad entre los vehículos. Unos eran los SEAT originales de 1959, pero otros eran modelos más nuevos y hasta existían miembros “modernos” que tenían concept cars más o menos basados en el original como el FIAT 500. Algunos miembros del club, residentes por lo general en la zona este del país, habían comprado también en su día vehículos de otra marca y modelo: el MINI. Durante un tiempo hubo una sección del club dedicada específicamente a este colectivo dentro del Club del 600, pero los propietarios de MINI siempre creyeron que sus intereses no estaban siendo correctamente representados dentro del club. Sobre todo aquellos que por averías u otros motivos no habían conservado ningún 600 y ya sólo poseían uno o varios MINI. Cada vez que se planteaba alguna medida a favor de la sección del MINI pasaba lo mismo. Se despertaban las voces de los defensores de la naturaleza primigenia del club para ahogar cualquier hecho diferencial.
-          Somos el Club del 600, aquí se tiene un 600 y punto.
-          A mí también me gusta el MINI… en la intimidad.
-          Hace más de 1000 años que el anagrama de SEAT apareció pintado en las cuevas de Altamira. No se puede “inventar” la historia.
-          Antes SMART que MINI.

Un día la dirección del club decidió integrarse en la Unión Europeo del Automóvil. La mayoría de decisiones se iban a tomar ahora desde instancias europeas y cualquier petición de los propietarios de MINI se debía canalizar a través de los órganos del Club del 600 por lo que, en la mayoría de ocasiones, quedaba truncada antes de llegar a su destino. Además formando parte del club europeo había clubs dedicados específicamente a la marca británica, más receptivos por ello a los intereses de los propietarios de MINI.
¿Qué sentido tenía seguir formando parte del club del 600 sí ya existía un club europeo que servía de marco a las diferentes sensibilidades y a cuyas decisiones se podía contribuir de una manera más directa? Por ello algunos propietarios propusieron una consulta para votar si la sección del MINI se escindía en un club con personalidad jurídica propia.
-          De ninguna manera, - dijo el Presidente del club. - Esa consulta es ilegal. Un club como ese nunca podrá ser reconocido en el ámbito de la Unión Europea del Automóvil. Se verá condenado a “vagar por el espacio” por los siglos de los siglos. Además, la decisión no corresponde a la sección del MINI,  si alguien tiene que votar deben ser todos los miembros del Club del 600. A mí, particularmente, que siento la sección del MINI como propia, se me rompería el corazón y sería como si me amputasen una parte de mi cuerpo. Por eso si siguen adelante con esto no tendré más remedio que suspender la autonomía de esta sección.

Ante tal declaración, algunos propietarios de MINI se tiraron para atrás por miedo. Pero a otros, que ni siquiera se habían planteado antes su escisión les sirvió de motivación y se convirtieron en activos defensores de la separación. La sección intentó reunirse en la sala de juntas del club, cosa que el Presidente prohibió. Luego en el despacho del secretario de la sección, cosa que también fue prohibida. Finalmente, los propietarios de MINI convocaron una butifarrada en un merendero cercano y durante el aperitivo votaron la moción secesionista.
-          No podemos aceptar el resultado de ese acto antidemocrático – dijo el Presidente – nada ha cambiado. Espero que todos liquiden sus cuotas de renovación antes de final de mes.

Al siguiente lunes, los carnets de los miembros de la sección del MINI empezaron a llegar a la sede del Club del MINI junto a las cartas de renuncia a ser socios del club. Ninguno pagó su siguiente cuota. Al cabo de unos meses a pesar de la oposición del Club del 600, el flamante Club del MINI y la Butifarra, como le llamaron en honor al día en que votaron su libertad, ingresaron en la Unión Europea del Automóvil.

El Club del 600 (1) - La cena de los idiotas

Desde hacía treinta años los diecisiete miembros del Club de Amigos del 600 se reunían una vez al mes en el restaurante La Piel de Toro.

El origen del Club se remontaba a 1979, cuando se había disuelto la Unión de Usuarios del Utilitario al considerar la mayoría de los usuarios que la organización no respondía a criterios democráticos. Efectivamente, en aquella época los organos de decisión se encontraban en manos de una junta que determinaba de manera unilateral todas las obligaciones que los usuarios debían cumplir así como las cuotas que cada uno debía pagar. A cambio, los usuarios que formaban parte de la junta sacaban provecho de los recursos de la Unión mientras que el resto de usuarios se limitaba a poco más que a financiar los caprichos de una minoría. Era típico que los principales dirigentes consiguieran que se pusieran a punto sus coches, se restaurasen sus cromados y se mantuvieran bien engrasados sus motores con la excusa de que dichos coches debían representar a la Unión en los diferentes eventos internacionales en que participaban y que nunca consiguieron ganar. Mientras, el resto de usuarios veían como sus vehículos se iban estropeando sin que la Unión les diese apoyo alguno. Así transcurrieron algunas décadas hasta que la mayoría de los miembros decidieron crear una nueva organización donde fueran considerados socios de pleno derecho. Sin embargo los antiguos miembros de la junta pusieron una serie de condiciones para la transición. La razón social cambiaría, pero el domicilio seguiría siendo el mismo y ellos seguirían encargándose de la gestión de las cuotas y otros aspectos administrativos. Después de todo ellos eran los miembros con más experiencia y “las caras conocidas” del club dentro de la Federación Internacional de Usuarios de Vehículos a Motor. El resto de socios habían aceptado dicha solución como vía de consenso para poder seguir ejerciendo su afición favorita.

Aquel día habían jugado un partido de fútbol sala contra los archirivales del Club, los de la Cofradía del Mini. Los del 600 habían ganado el partido y por primera vez desde hacía cuarenta y dos años habían pasado de cuartos en la Liguilla de Fútbol Sala de Clubs de Microvehículos. Algunos socios estaban eufóricos y entraron en el restaurante entonando el himno del Club:
“Adelante hombre del 600, la carretera nacional es tuya…”

El mesonero se acercó a la mesa y repartió las cartas. En la primera página de la carpeta había un folio con el menú del día. Las siguientes páginas las ocupaban las especialidades del restaurante.
Cada uno de los comensales tenía una dieta diferente (tanto en gustos como en cantidades), lo que algunos denominaban “realidad diferencial”. Así, se había decidido que los socios escogiesen no sólo los platos que figuraban en el menú sino también cualquiera de los que figuraban en la carta. Por ello el camarero tuvo que emplearse a fondo y llenó tres páginas para tomar nota de la comanda.

Tras la cena no faltaron los postres, las copas y los puros (por supuesto se trataba de un restaurante habilitado para fumadores).
Y por fin llegó la hora de pagar la cuenta. El presidente del club, que como venía siendo tradicional era el señor Calderón, dijo:
- Señores, la cuenta asciende a 798 euros. Como el señor Aranguren está excluido del reparto desde la refundación del club, salimos a 50 euros por cabeza.
El señor Trujillo, conocido por ser un gourmet de los productos ibéricos, de los que había dado buena cuenta replicó:
- Cómo ustedes saben mis ingresos actuales no me permiten costear mi parte de la cuenta, pero confío como en otras ocasiones en la amabilidad de los socios.
- No se preocupe. – dijo Calderón – Sabemos las dificultades económicas por las que están pasando algunos de nuestros socios como usted mismo y los señores Carmona y Carvalho. Por supuesto efectuaremos las correcciones oportunas para que todos podamos seguir acudiendo a estas cenas independientemente de nuestras posibilidades económicas.
Pero el señor Fábregas, que sólo había pedido una sopa de galets, unos canelones y un postre “de mùsic”, no lo tenía tan claro:
- Pero eso no es justo. Mi cena ha costado mucho menos que la del señor Trujillo. Créanme que a mí también me gustan todas las cosas que han comido los demás. Pero he intentado no salirme de lo razonable.
El resto de los comensales miraron con desprecio al díscolo miembro mientras algunos reían entre ellos burlándose de su acento.
- Le llamo al orden señor Fábregas, la pervivencia de nuestro club pasa por la solidaridad, y usted no está siendo solidario con nuestros miembros más desfavorecidos. Le ruego que abone la parte de la cuenta que le corresponde y no se hable más.
- Al menos permítanme que en la próxima ocasión me traiga la comida en una “carmanyola” tal como hace nuestro colega el señor Aranguren, que hace años que no participa de la cuenta y no por ello es tildado de insolidario por ustedes.
- ¿Una qué...?
- Un “tupper” señor presidente. - apuntó Suñer, el secretario del club.
El presidente montó en cólera:
- El señor Aranguren es un caso totalmente diferente, él se trae la comida de casa por problemas de salud. Su desfachatez es impresionante señor Fábregas. Además, es preferible que pueda seguir acudiendo a estas cenas mensuales, y no que, como nos ha sugerido ya en alguna ocasión tenga que dejar de hacerlo por prescripción facultativa. – y dirigiéndose al comensal de su derecha añadió: - ¿No es increíble tanta insolidaridad?
El señor Fábregas completamente desanimado tuvo que ceder:
- ¿Cuánto hay que pagar?

Mientras volvía a casa a bordo de su viejo 600, Fábregas se cruzó con un 850 tuneado. Le entraron unas ganas tremendas de cambiar de club. ¿Quién podría reprochárselo?